sábado, 5 de noviembre de 2011

SUMA DE DICTADORES EN VENEZUELA.

Amigos invisibles. Sumar siempre significa reunir y en este caso cuando se trata de dictadores en un país por demás díscolo, con razas muy cruzadas que aún no llegan a sedimentarse, como puede ya ocurrir en Europa, las particularidades personales son asombrosas, por lo que aparecen en el escenario de los acontecimientos buena cantidad de personajes que pasan en la comparación, desde un Santo Niño de Atocha, el bondadoso, hasta un Lucifer con cara de malvado y asesino. Los hay agazapados, esperando su turno, mas algunos son violentos y hasta desde el regazo formativo materno. Porque, para sacar ejemplos, Venezuela fue el primer  país que se enfrentó con todos los hierros ante el imperio español, aunque no los venezolanos, salvo excepciones valederas, y ello condujo a que el país en la década guerrera de 1810 perdiera un 30 por ciento de su población.
            Con ello se demuestra, pues, la reciedumbre de sus pobladores, por cuyas venas corren sangre antropófaga caribe, esclava africana y servil de otros indígenas, sin contar con los peninsulares y canarios venidos a jugarse la vida en territorio por demás hostil, de donde proviene la templanza de sus gentes, que aunque ahora son pacíficos, en apariencia, en lo interior conllevan un espíritu rebelde. Por esta circunstancia numerosos ejemplos encontramos desde el inicio de la nacionalidad, que prefirieron ser colgados por el gañote, presentarse en la escena del degüello o caer ente un pelotón de fusilamiento, cuando no ante la carga del machete o de las lanzas, sin dar el brazo a torcer, de cuyos hechos heroicos o simplemente salvajes la Historia está llena de ejemplos, que cada cual la esgrime en su libre pensamiento y de acuerdo con lo que ha digerido mentalmente, algunas veces para llenar de mentiras, falsedades y confusiones a la sesura abierta del venezolano.
                                  Pero como la representación más plausible de esa sin razón recae precisamente en quien viene a ser el Padre ocasional de los que habitamos en el territorio venezolano, por calificarse como Presidente de la república, vamos ahora a trazar una suerte de red esquemática para diferenciar a los malos y regulares que han usufructuado el manejo del Estado desde las alturas del poder, que desde la época del “nunca bien llorado y prematuramente desaparecido” general Juan Vicente Gómez se ejerce desde el Palacio de Miraflores, aunque algunos, como el mismo Gómez, no le interesaba este palacio para mandar. Así que nos vamos a circunscribir en ese toma y daca del ejercicio de la Primera Magistratura Nacional, que ahora se le llama, desde los tiempos primarios de la Independencia, hasta los períodos presidenciales ejercidos por el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, aunque hay quienes dividen estos tiempos en ejercicios constituidos bajo el mando de un caudillo, que representa como una era de poder, pero para mejor interpretar estos mandatos presidenciales, preferiremos analizar sin mucha palabrería al Presidente en sí, con sus tendencias y hasta ideas o ideologías primitivas que sostenga, para así extraer alguna conclusión que nos pueda en algo iluminar el sendero por el que transitamos. De esta forma, en la era formativa que va desde el año 1811 hasta el 1819, los cambios continuos se suceden, con pasantías de poderes derribados por el efecto de la guerra, donde aparecen caudillos con carácter de Jefes de Estado, que no lo son, de Gobierno, o de la mesnada constituida en  ejército, siendo ejemplos de ello el libertador Simón Bolívar, el caudillo asturiano José Tomás Boves y el pacificador Pablo Morillo, mientras que con lentitud pero firmeza comienza a aparecer en el escenario público otro líder rural llanero quien transforma en victoria una guerra que andaba como perdida, y la cual se gana por avatares del destino, cuando Fernando VII golpeado por la crisis política ordena cesar en la contienda (casi ganada) para buscar la paz, que entonces se volvió una clara derrota.
            El año 1819 el libertador Bolívar elucubra crear una república novedosa, y como nadie se le enfrenta de veras, así nace Colombia, en Angostura, llena de defectos desde un comienzo, que terminará en fracaso y de la cual con artimañas preparadas se hace Presidente, para gobernar con mano dura en los países que va liberando, y para mayor fundamento de esa razón de ser se hace Dictador en cinco oportunidades a objeto de conducir el país bajo esta forma centralista no solo en Colombia sino en el Perú y hasta en Bolivia, o Alto Perú, al que por interés le dan su nombre. Pero Venezuela, que había hecho la guerra exhaustiva en la mayor parte, no se caló esa mira bolivariana de trasladar la capìtal a Bogotá, entonces llena de problemas para con los venezolanos, de donde aún viviendo Don Simón, que parecía cadáver, le amargaron sus últimos tiempos terrenales para separar a Venezuela de Colombia, con lo cual aparece el primer Presidente de la Venezuela republicana (Cristóbal Mendoza tuvo otra connotación política, en los inicios de  la lucha), y de allí sí arranca toda la etapa caudillista que ha ensombrecido el ejercicio del poder, desde Páez hasta nuestros días, salvo excepciones distinguidas.  El llanero José Antonio Páez con gobierno propio y a través de otros, en una larga carrera de mando acicalada con guerras intestinas, donde se debaten  problemas de longa data actúa a su real capricho, mientras el analfabeto se culturiza y reúne con gente de postín, a la vez que se inicia el juego de los partidos tradicionales.
                              Es en este tiempo  intermedio cuando aparece una familia llanera también y dotada de buenas agallas para la conducción del Estado, que comanda el militar fogueado José Tadeo Monagas, quien junto a los suyos hace de las suyas en un manejo dictatorial estilo cuartel y hasta “fusila” al Congreso existente, en enero de 1848, lo que bajo esa égida de poder en extremo dominante y dirigido por algunas dieciocho subfamilias de tal clan oriental, arrasan el país con el fin de apropiarse de la riqueza, de donde muchos resentidos de esta situación se alzan en armas para en una guerra cruenta de cinco años y llamada Guerra Federal (1859-1864), acabar con todo lo que había quedado, tal cual fue la quema inmisericorde del llano y la inmolación de miles de compatriotas. Como resultado de dicha contienda sale de las trincheras del anonimato un general llamado Ezequiel Zamora, que con ideas novedosas y cierta raigrambre social hacia el lumpen existente pelea hasta  que le dan un tiro por la cabeza, y allí se salva la patria de tan tremendo demagogo. Por este desenlace, después de dicho enfrentamiento carnicero todo vuelve a lo mismo y quizás con otros nombres, habiéndose perdido lo que se obtuvo en los combates dentro y fuera de la pelea, al tiempo que envejece el caudillo Páez y emerge de tal contingencia un señorito de Caracas, refinado aunque no con voz grave que será el usufructuario de ese desastre humano y porque el abúlico general gobernante Juan Crisóstomo Falcón no quiere venir a Caracas y prefiere vivir rodeado de caprinos, en la coriana sierra de Churuguara. Así, mientras el gran caudillo y expresidente Páez culmina de envejecer exiliado en Nueva York, en la pobreza y junto a su perro Pinken, se diseña otra Venezuela más acorde con el tiempo, que será dirigida con mano fuerte pero enguantada por el caraqueño doctor y general, rector universitario a juro y codicioso por demás, Antonio Guzmán Blanco.
            Guzmán Blanco es el nuevo prototipo de político diseñado para su tiempo. Voraz, con las agallas muy abiertas para el latrocinio temperamental, ve al Estado que reposa en sus manos como una vaca holstein para ordeñar con pingües beneficios, de donde se da a la tarea de contratar empréstitos en el extranjero que le llenan sus arcas familiares, mientras vive apacible en medio de saraos con su esposa y cuñada de amante, separadas por cuartos desde luego, pero como Caracas para entonces era muy fea, llena de ruinas todavía por el terremoto de 1812, en un viaje a París trajo la cabeza con buenas ideas para hacer de esta urbe del Ávila un “Pequeño Paris”, dotándola este masón de paseos, tranvías, trenes, iglesias (¡y era masón¡), el Capitolio y el Panteón Nacional, y algún parque para ser más vistosa, de lo cual Bolívar ni siquiera había pensado. En fin que el señorito construía por primera vez, con la mitad del lucro personal. Gustó mucho de la silla presidencial, y como buen dictador idea un sistema de gobierno “a la Suiza” que debía durar dos años, mientras él se recreaba por Europa con su familia, para luego regresar al poder, el que durante mucho tiempo le fue fervorosamente cuidado por caudillos de segunda, civiles o militares, como Linares Alcántara, Anduela Palacios, Rojas Paúl, y cierto jefe tribal llanero que con las marramucias que desata y sable en mano logra sobresalir entre los otros para adueñarse del poder, o sea el general Joaquín Crespo, alias “El bemba”, ladino y refistolero guariqueño que anda en el grupo del  viajero Guzmán Blanco, quien sigue realizando empréstitos a favor de la nación pero para su bolsillo. Crespo era pretencioso, no cabía en el pellejo de sus aspiraciones y murió tontamente en la Mata Carmelera de Cojedes,  porque se presenta a la batalla en traje esplendoroso, por lo que fue con rapidez bajado del caballo mediante un tiro certero, que lo lleva al Panteón Nacional para enterrarlo con los honores correspondientes y en medio de la brutalidad que demostró.
                                                                Ya en esta cuenta apresurada de dictadores vamos por el año 1892, cuando comienza a despertarse una región bien aparte del escenario político venezolano y más cercana a Colombia en los negocios, porque los caminos eran pésimos para venir a Caracas, y hasta debía pasarse por Curazao con ese fin, tiempo en que aparece un hombre pequeño, barbudo, dicharachero e hiperkinético, exseminarista y buscapleitos pero inteligente, quien luego de la retirada araujista del Táchira andino, su tierra natal, “no cabe en el cuero”, como se le endilgó y desea vengarse de los centrales que lo despreciaron cuando vino a Caracas como representante al Congreso por dicho estado limítrofe. Él se creía un nuevo Simón Bolívar y por haber jurado desagravio con cuarenta desterrados ingresando a través de Cúcuta en mayo de 1899 invade a Venezuela, y lo increíble, con otra Campaña Admirable a lo Bolívar cuatro meses después amarra su cabalgadura en la puerta del Congreso Nacional, cumpliendo la palabra, mientras su fiel acompañante y compadre Juan Vicente Gómez veía aquello como un milagro. Cipriano Castro se entroniza así inaugurando el siglo XX en medio de desmanes de toda índole, según relatan los textos de la época no solo en lo autoritario de su persona sino en cuanto a la vida licenciosa que lleva, a las mujeres y la bebida de coñac, de lo que comienza a sonar fuera de las fronteras como un caso aparte dentro de los dictadores de aquella época. Lleno de soberbia por el poder que ostenta, entonces se dedica a pelear con todo el mundo, con Francia, con Alemania, Inglaterra, España y muchas potencias más, expresándoles en la cara que no iba a pagar lo que el país les debía, porque eso no era cuestión suya, por lo cual recibe un ultimátum y en obra de horas varios barcos de guerra sitian los puertos de Venezuela con bloqueo y a cañonazos, que si no es porque los Estados Unidos intervienen quién sabe qué hubiera pasado con aquella Venezuela llena de paludismo y miseria, salvo los que manejaban las haciendas de café y cacao, o la exportación de ganado. Hasta llegó a encarcelar a los banqueros porque no les prestaban dinero, y produjo una nueva guerra, “La Libertadora”, que si no es por los arrestos militares de Gómez  y el asalto a machete al cerro El Copey, de tropas trujillanas, a Castro se lo lleva el diablo.
            El país no aguantó tantas malacrianzas dictatoriales, ni menos el cazurro general Gómez, por lo que cuando Castro viaja a Europa para curarse en salud, el general Juan Vicente le da un golpe de Estado y no lo deja entrar más al país, a pesar de su insistencia. El gobierno de Gómez ya es otra cosa, dictatorial como siempre, pero hecho a la medida de un país atrasado y sin ningún atisbo de democracia. Durará en el poder, en Maracay y no en Caracas, aunque con testaferros políticos presidenciales, como dos décadas y media, hasta cuando fallece en Maracay rodeado de numerosa prole y adláteres, pero deja saneado el país, sin deberle nada a nadie, ya con algunas carreteras y una empresa de petróleos en marcha, aunque con ciertos presos políticos detenidos para los que no había justicia. Al lado del moribundo lo asiste el general Eleazar López Contreras, quien es otro andino diferente que aspira comenzar cambiando el país de tanta mácula y bochorno, lo que consigue a medias, porque los tiempos no dan para más, aunque utilice el micrófono y la carretera para conectarse con sus súbditos. A este caballero, historiador por cierto y parecido al Quijote en lo alto, flaco y desgarbado, le sucede otro andino fronterizo, simpático por demás, quien apresura el trabajo para instaurar una democracia incipiente, dando cabida a los partidos que se forman, como mejora el sistema de votación al incorporar a las mujeres, pero la suerte le es adversa porque el candidato de esa incipiente democracia se vuelve loco, o sea el doctor Diógenes Escalante, otro andino de marras, y al desear imponer al doctor Ángel Biagini, también otro andino de marras, los grupos comunistoides que ya actúan en Venezuela se alzan mediante un golpe de Estado triunfador, el 18 de octubre de 1945, con lo que se divide la Historia de Venezuela en dos mitades.
                     A partir de esta fecha entre saltos y disturbios provocados comienza a transformarse el país, con el ejercicio certero e independiente de los poderes respectivos, aparecen los gremios, los sindicatos, el pensamiento plural, mientras se actualiza una figura controversial venida de abajo y con arrestos socialistas, que antes fueron comunistas, llamado Rómulo Betancourt, aunque la terquedad del nuevo presidente y novelista Rómulo Gallegos hace que fracase el ensayo, permitiendo que los militares de escuela, diferentes a los anteriores, se adueñen del poder, de donde sobresale entre ellos el general Marcos Pérez Jiménez, dictador represivo, pero con una gran obra pública que construye durante diez años de su ejercicio presidencial (autopistas, colegios, edificaciones populares, hospitales, universidades y multitud de otras obras, terminadas o con esa vía, mediante un plan de gran desarrollo nacional), andino que al tratar de reelegirse en el Solio Presidencial finalmente es destronado ya que por voluntad propia sale de Venezuela, sin  disparar un tiro.
            Al regresar de nuevo la democracia al país con el vicealmirante Wolfgang Larrazábal en el poder, se convoca a elecciones, que las pierde, siendo elegido y por segunda vez el guatireño Rómulo Betancourt, quien regresa al poder ejecutivo cargado de conocimientos políticos y prudencia, para manejar el aparato de gobierno en medio de guerrillas castrocomunistas que lo acechan, y así le continúa otro demócrata de su misma tolda, Raúl Leoni, y el copeyano Rafael Caldera, y el adeco Carlos Andrés Pérez, quien viene fanfarrón con las fantasías derrochadoras de una “Venezuela saudita”, y luego dentro de esta democracia de cuarenta años proseguirá el copeyano Luis Herrera Campins, que comete el desastre de devaluar la moneda en 1983, roca tarpeya por la que desemboca una tremenda inflación en el país, que cada día se hace más contundente hasta llevar a la nación casi a la quiebra, y luego le sigue un dirigente adeco de bajo perfil y sombra menor que es Jaime Lusinchi, vuelve Carlos Andrés Pérez en elecciones limpias, cuyo gabinete ministerial está formado por gente experimentada y de primera clase universitaria, pero el mismo partido, en la respuesta de su desamparo lo lleva a la cárcel, lo que da pié a una solución subsiguiente y amañada de desengaño al partidismo, buscando algo así como a otro Pérez Jiménez desarrollista, de la noche a la mañana el electorado en voto castigo se vuelca por sorpresa a favor del teniente coronel retirado (y sobreseido en causa penal) Hugo Chávez Frías, quien pronto ruega al electorado apruebe una constituyente, para cambiar todo a favor, y de allí en adelante por los numerosos canales que se utilizan buena parte del conglomerado mundial mediático conoce lo que pasa en Venezuela durante los trece años de su mandato, como la influencia y hermandad con la Cuba castrista, las relaciones fraternas con otros gobiernos dictadores, para ejemplo los de Rusia, Irán, Bielorrusia, Siria, China y pare de contar, el problema fiscal, la deuda enorme, el armamentismo, la carestía de la vida y otros males acuciantes, como ahora la enfermedad del Presidente de la República, que entre guachafitas y mamaderas de gallo, todavía no se conoce. Se acabó el tiempo, me pasé de la raya y dejo a ustedes con el sabor de estas historias que parecen cuentos pero que en verdad son historias, referidas en un tono entendible para cualquier auditorio.
                                                                       ramonurdaneta30@hotmail.com

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